En el Palacio de la Moneda y de manos de la presidenta Michelle Bachelet, Joan Turner, recibió la nacionalidad chilena.
Joan: recibe el saludo de Chillán y de nosotros tus amigos. Bienvenida compatriota.
A continuación las palabras con las que intervino en la ceremonia:
Señora presidenta, autoridades, amigas y amigos, compatriotas queridos todos:
Sería poco decir que estoy agradecida por este honor que me han otorgado. Me siento sobrepasada.
Chile ha sido mi lugar por cincuenta y cinco años. Y a pesar de que tuve que ausentarme por diez años después del golpe militar mi corazón y mis pensamientos quedaron acá y mi labor diaria fue solo una consecuencia de mis fuertes sentimientos por el pueblo chileno.
Chile me ha dado lo más hermoso y lo más horrendo de mi vida. Me ha dado el amor y el odio ajeno, me ha dado la felicidad de una familia, de ser parte de un gran movimiento social y cultural y la experiencia de una tragedia colectiva. En estos últimos días se ha juntado en forma demasiado fuerte la evidencia de estos contrastes. Este es un momento muy significativo en una vida larga que fue, como la de muchos de ustedes aquí presente, tronchada en dos. Gracias por acompañarme en este momento.
Confieso que empecé a perder el sentido de nacionalidad cuando, después de la segunda guerra mundial, me tocó ir a bailar en Alemania. Venía de la experiencia de vivir en Londres noche tras noche los bombardeos alemanes, los misiles que volaban, y aquellos que llegaban antes de su propio sonido. Había aprendido que el pueblo alemán era mi enemigo. Entonces me tocó ver la devastación que había dejado la guerra en Alemania. Pude ver ciudades enteras en el suelo, tuve compañeros de trabajo alemanes, jóvenes conscriptos del ejército alemán, que durante la guerra sintieron mucho temor y hambre.
En nuestra compañía de danza, el Ballets Joos, convivían trece nacionalidades con sus distintos idiomas pero la danza es una lenguaje que podemos compartir todos. Allí conocí a Patricio Bunster gran bailarín, futuro gran coreógrafo y mi destino tomó su rumbo definitivo hacia Chile que para mí era solo un lejano país, con forma extraña, en el atlas mundial.
Tuve la suerte de trabajar muchos años con Patricio, bailando sus coreografías y compartiendo el sueño de multiplicar el acceso a la danza; por eso nació el Ballet Popular que salió de los teatros para bailar en poblaciones, por eso el deseo de instalar la danza en las escuelas para que todos los niños y jóvenes, especialmente los más postergados puedan vivir el goce de bailar.
Nuestro sueño quedó trunco en Septiembre de 1973, pero por suerte nuestra querida hija, Manuela, mi primera hija chilena comparte nuestro sueño. Eso me hace muy feliz. Su generación en la danza y los más jóvenes están trabajando para lograrlo. Hoy día hay cada vez más hombres y mujeres, que buscan en la danza un lenguaje humano y comunicativo, se organizan para vencer las dificultades que la sociedad todavía presenta para que su práctica sea un derecho adquirido por todas y todos dentro del sistema educacional.
Envuélvete en mi cariño y deja la vida volar...
Así me cantaba Víctor cuando nuestras vidas se cruzaron. Era el inicio de la época más feliz de mi vida Comencé a conocer Chile en profundidad, a conocer más el pueblo chileno, a las muchas personas y situaciones que están presente en las canciones de Víctor y que salían de su propia vida, experiencias y convicciones. Tuve la suerte de conocer a Angelita Huenumán, a Luchín , al viejo que trenzaba lazos en Lonquén y estar al lado de Víctor cuando estaba creando sus canciones.
Tuvimos una vida juntos llena de amor, compromiso y creación. Víctor en el teatro y en el canto, yo en la danza. Era la época que nació nuestra querida Amanda, mi segunda hija chilena, Fue una época llena de felicidad y esperanza.
‘Soy un hombre feliz de existir en este momento. Feliz de sentir la fatiga del trabajo. Feliz porque cuando se pone el corazón, la razón y la voluntad al servicio del pueblo, se siente la felicidad de haber nacido’.
Su entusiasmo y tesón eran contagiosos. Realmente creíamos que trabajando juntos ayudábamos a construir una sociedad mejor para todos.
Aquí termina mi primera vida.
No quiero referirme ahora a los horrores del Estadio Chile ni al asesinato de Víctor. Solo agradecer a dos hombres llamados Héctor. Uno, entonces desconocido para mi, que identificó el cuerpo de Víctor y fue a mi casa a buscarme y el otro, amigo, que me acompañó también a la morgue para retirar su cuerpo que yacía entre cientos de NNs y que estaban apilados allí, el 18 de Septiembre de 1973. Agradecerles especialmente porque sin ellos Víctor habría sido un desaparecido más y creo que no hay peor tortura para un familiar el no saber el paradero de su ser querido... y no saberlo durante 35 años. Hasta hoy día. Ni siquiera saber donde están sus restos.
Queridas representantes de los familiares de los desaparecidos y ejecutados que están aquí con nosotros hoy día. En ustedes quiero saludar su larga y valiente lucha por saber la verdad sobre lo que pasó a sus seres queridos y por lograr justicia. A pesar de que mi vida tomó un rumbo distinto siempre me he sentido hermanada con ustedes. La brecha hacia la verdad que se está abriendo en el caso de Víctor debe servir para aclarar otros casos. No pueden existir casos llamados emblemáticos. Todos tienen la misma relevancia: la vida de un ser humano.
Cuando salí de Chile después del golpe, con la música y la voz de Víctor a cuestas, sentí una gran responsabilidad: Víctor tenía que seguir cantando para su pueblo y que mi nacionalidad británica, hasta entonces casi guardada en mi memoria, podría servir en el mundo exterior, como un puente de comunicación para denunciar la violación de los derechos humanos bajo el régimen militar. Esa tarea me ayudó a seguir viviendo. Fui rodeada de tanto cariño y solidaridad en muchos países y casi todos los continentes; solidaridad de mujeres, de trabajadores, de estudiantes, de connotados artistas. Fui invitada a grandes festivales culturales organizados en solidaridad con el pueblo chileno. Muchas veces viajaba por el mundo sola, otras con los grandes músicos chilenos: Intilllimani, Quilapayún y los hermanos Isabel y Angel Parra compañeros en el dolor y en el exilio. Y en todas partes Víctor me acompañaba, su ejemplo daba fuerza a las peticiones de ayuda para las nuevas víctimas. Porque siempre había más.
Pienso ahora en todos aquellos amigos del exilio. Muchos de ellos dieron años de sus vidas en apoyo a la larga lucha por la restauración de la democracia en Chile. Para una generación de jóvenes universitarios en todas partes el golpe militar en Chile cambió su visión del mundo, cambió también el rumbo de sus vidas. Pienso en Diane, en Angie, Mike, Jerry, BilI, Adrian, Jeannie, Mavis, Peggy... y tantos, tantos otros de diferentes culturas, idiomas. Personas que seguramente ustedes no conocen. Pienso que nunca les hemos agradecido adecuadamente. Ellos debieran estar conmigo hoy.
No puedo terminar sin agradecer el cariño que he recibido durante todos estos años de personas que ahora puedo llamar compatriotas. Cariño que a veces ha sido por la hermandad en la danza, pero sin duda me llega el amor que tantos sienten por Víctor.
Si las circunstancias de mi vida me han hecho sentirme una ciudadana del mundo, sin duda el lugar donde me tocó forjar mi destino, como diría Víctor, es este lugar con forma extraña en el atlas del mundo.
Señora Presidenta,
Agradezco una vez más este honor.
Volver al inicio